miércoles, 29 de abril de 2009

Llibre vs. lliure

Hace no demasiados meses no lo entendí, ahora quizá sí.

V y yo estábamos en la puerta del baño de un restaurante cuando vino una chica y preguntó: Está llibre?, que traducido es: ¿Está libro?

No creo que yo ahora, después de 5 meses de clase, confundiese llibre con lliure, libro con libre. Principalmente porque lo que diría sería: ¿Está libre?, tal cual, en español.

La profesora insiste en que utilicemos el catalán fuera de clase pero no creo que lo vaya a hacer nunca, me siento demasiado extraña.

martes, 28 de abril de 2009

Clases y clases

La semana pasada fui a ver los cuartos de final del torneo Conde de Godó de tenis. La entrada más barata, la mía, 40€, que daba derecho a ver todos los partidos del día pero no a comer decentemente ni a tomar una bebida tranquilamente en un bar. Los que habían pagado entradas más caras que la mía tampoco podían. Jamás en mi vida había visto tanto clasismo en ninguna parte.

El espacio en el que se disputaba el torneo estaba dividido en dos con "agentes de seguridad" que comprobaban en todo momento las localidades de tu entrada, no por si te habías colado, sino para que no entrases en la zona VIP. Había bares y restaurantes pero no tenías acceso a ellos, aunque fueses a pagar como todo el mundo. Creía que ese tipo de situaciones en España había desaparecido hace al menos 20 años.

Lo más curioso,o no, es que los asientos VIP estuvieron prácticamente vacíos todo el día. A las clases altas no les gusta el tenis.

lunes, 20 de abril de 2009

De regreso

Después de una semana en casa de mis padres, y la siguiente repartida entre una intoxicación por almejas en mal estado y unas mini-mini-mini-vacaciones a Tarragona he vuelto a casa.

Ayer descubrí una cosa. No he perdido la capacidad de escribir ni de pensar, sigo teniendo ideas, algunas buenas. Lo que me falta es una hoja y un lápiz cuando se me ocurren. Siempre les echo la culpa a mis pastillas de que me atontan el cerebro pero no son ellas. Sólo necesito una hoja de papel en el bolsillo y un lápiz pequeño, de los de Ikea, para apuntar todo lo que me pase por la cabeza.

Lo que sigo necesitando es quien me recuerde el nombre de ese tenista de pelo rizado que no sabía jugar en tierra batida, del director mayor del siempre dicen que sus películas son buenas o del cantante con cuyo concierto en el Teatre Grec de Barcelona celebramos mi 33 cumpleaños. Mi cerebro nunca volverá a ser lo que era.